De
igual manera que la fe se refuerza compartiéndola, la vocación se afianza
comunicándola en gestos concretos de plenitud.
La
alegría profunda de quien ha encontrado el “tesoro escondido”, de quien se
siente llamado y experimenta la confianza de Dios, le lleva a hacer partícipes
a los demás de esa misma experiencia. Una persona que vive con entusiasmo lo
que de Dios ha recibido no pasa desapercibida.
Dios
no deja de llamar y se vale de nosotros para hacer sentir su llamada. La
vocación vivida con realismo y con esperanza, con compromiso, se convierte,
necesariamente, en una invitación que se dirige a muchos: “venid y veréis”.
El
testimonio de vida es, por tanto, un medio privilegiado para la animación
vocacional. Asumir esta responsabilidad exigirá en nosotros, personal y
comunitariamente, el cuidado de nuestra calidad espiritual de vida, de nuestra
identidad consagrada y carmelita.
Paco
Daza, O.Carm