“El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas
que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la
compra” (Mt
13, 45-46)
La alegría de quien encuentra la perla “preciosa” es tan
grande que toda otra cosa palidece ante tanta belleza. Cautivada por ella, la
persona pone en juego toda su existencia y se entrega apasionadamente a su
compra. Así es la experiencia vocacional.
El encuentro entre Dios, que llama, y la persona, que es
llamada, ofrece una luz nueva que ilumina la propia historia. La mirada de los
ojos y, sobre todo, del corazón se purifica y todo se ve bajo la luz de la
belleza de Dios. La vocación es eso justamente: un cambio de mirada. La luz que
se desprende del encuentro con Jesucristo, “la perla preciosa”, despierta en la
persona un doble deseo: el de no querer perderla nunca y el de hacer su
voluntad: “Señor, ¿qué quieres que
haga?”. Tanto amor descubierto se convierte en amor ofrecido gratuitamente
a otros.
Paco Daza,
O.Carm